Conocimiento Y Crecimiento
¿Hemos estado distraídos, poco atentos?
Seguramente, en mas de una oportunidad hemos vuelto a releer algún articulo, ensayo o libro y esta vez hemos comprendido algo que no habíamos captado o se nos había escapado en la primera lectura. ¿Hemos estado distraídos, poco atentos? ¿O es que se produjo un cambio en nuestro interior que nos clarifico mejor el contenido del texto? Así como es habitual ver que una gran mayoría de los hombres emplean la mayor parte de su vida en acumular cosas materiales y buscando fortuna, acumulando riquezas, también podemos observar que hay otros seres que están empecinados en acumular conocimientos, teorías y doctrinas.
Pero acumulación no significa crecimiento, un imán por sus propiedades atrae limaduras de hierro, las acumula, pero no será jamás hierro, ni un cuerpo viviente; parece crecer. pero no crece, en esencia sigue idéntico como al comienzo.
En el proceso de acumulación si tenemos desarrollado “el olfato” y el “buen gusto” podemos sumar cosas buenas, positivas y cosas malas, engañosas, negativas – oro y chafaloneria sin saber realmente distinguir entre ellas. Se llega al punto en que se tiene mas de lo que se es, es decir se “sabe” mas de lo que se es en realidad.
El crecimiento es una digestión, mutación espiritual. En la alimentación espiritual el pensador debe apoderarse por el ejercicio que supone entender (comprender) de la energía y la materia contenidos en el alimento que pretende ingerir, para no solo construir el aparato del conocimiento sino proveerlo de la energía necesaria para su funcionamiento adecuado.
La digestión alimentaría (necesaria para vivir) se hace automáticamente, es simplemente la que las células del aparato digestivo realizo en la evolución del ser humano. En la digestión espiritual (necesaria para existir) debe hacerse concientemente, extraer la esencia de la que se lee, incorporarlo a la propia persona por lo puesto en acción, en obra lo comprendido, lo aprendido.
Es fundamental el filtrado, no simplemente aceptar lo que me gusta y rechazar lo que no nos agrada, es necesaria saber distinguir las negras semillas de la amapola dedicadas a Morfeo regente del sueño, de las amarillas semillas del trigo dedicadas a Ceres, la verdad, sabiduría, al despertar.
Es necesario investigar todo y retener lo bueno y saber que puede modificarse.
La novena lamina del Tarot nos puede dar información, se denomina “El Ermitaño” y su descripción es la siguiente: “después de errar largo tiempo en un desierto arenoso y arido, donde no había otros seres vivos que las serpientes, encontré a un ermitaño. Estaba envuelto en una larga capa o manto negro, con una capucha que cubría su cabeza, con una mano llevaba una lámpara encendida, aun cuando era de día y el sol brillaba. “Buscaba al Hombre” dijo el ermitaño, pero hace mucho tiempo que he abandonado la búsqueda. Ahora busco el tesoro enterrado. ¿Queréis también buscarlo? En primer termino debes hacerte de una lámpara, sin ella siempre estarás encontrando tesoros, pero el oro se convertirá en polvo.”
Tradicionalmente esta lámpara esta vinculada a las ideas de protección oculta, prudencia y sabiduría.
Representa al buscador espiritual, al filosofo, que replegado en si mismo, aislado de influencias exteriores (del mundanal “ruido”) y protegido de las mismas por el manto que lo envuelve, avanza permanentemente por su camino, iluminado por la luz que saca de su oculta lámpara. Debemos marchar guiados únicamente por la luz del IDEAL que en nuestro interior brilla y que debe ser reavivada constantemente.
Indica también esta lamina, que el camino es una continua y permanente iniciación progresiva que se prolonga hasta el infinito. Es una ruta sin fin, en la que es necesario avanzar en forma constante porque el progreso no conoce reposo, ni existe época en que la evolución cese.
Sugiere asimismo esta figura del ermitaño, que el camino del adepto, no reconoce o acepta “axiomas”, que es un siempre dejar atrás los logros anteriores. Por alcanzar la siempre fugitiva verdad anhelada y la realización interior, abandona sus queridas certezas de ayer, vuelve la espalda a las bellísimas construcciones de sus “ explicaciones racionales “ recién terminadas, porque su felicidad no esta en la belleza que descubre, sino en el acto mismo de conocer, de conectarse con la realidad. He aquí la diferencia entre el erudito y el sabio, el logro del sabio esta en la luz que alumbra y no en los objetos iluminados.
Podemos decir sin temor a equivocarnos que en general el común denominador del hombre contemporáneo consiste y se conforma en comportarse como un mero espectador, evitando ser participador y modificador de los acontecimientos que le suceden y suceden.
Calma sus necesidades sentimentales, intelectuales, artísticas y se lucha identificándose (lógicamente en forma superficial) con el héroe de la película, con las plataformas ideológicas (pre-hechas) de un determinado partido político, con el triunfo de “su cuadro” de fútbol y del exitoso deportista de turno ( que lo hace por uno).
Quizás sin saberlo o inconscientemente, en el fondo intenta alimentar su corazón con emociones externas (artificiales) evitando los riesgos inherentes al verdadero sentir; o vive el halago vanidoso de sentirse hombre de ideas sin tener que recurrir al esfuerzo de la dolorosa tarea de reflexionar y pensar, burlando o escamoteándose la oportunidad de vivir. Simplemente nace, come, sufre, sobrevive, trabaja, duerme se distrae y muere.
Los textos y la escolaridad primaria no transforman al niño en adolescente; tampoco el estudio secundario o terciario (si pudo cursar) hacen del joven un hombre adulto y maduro. El progreso no es aprender sino crecer, en el pasado al adepto, iniciado o servidor, le bastaba con la buena voluntad y genuina intención de serlo, hay que dar dar-se. Hoy para ser verdaderos (y útiles) servidores, primero hay que servir para algo.
Descubrir que nada da quien se da sin ser nada. Para dar es imprescindible ser. Los alquimistas genuinos siempre hablaron de la “obra menor” y la “obra mayor”.
Hay que repensar sinceramente que es lo que queremos y comprender que para entender es necesario crecer.