Lux Ex Tenebris
No importa cuánto forcemos la imaginación; jamás llegaremos a encontrar el origen primero del mito del renacimiento de la Vida, siempre ligado a los símbolos del Árbol y la Cruz, o de la tumba cuadrangular donde «muere» el Señor de la Luz y la Vida, y desde donde renace como el Maestro Y Salvador del mundo. Y no encontraremos tal origen porque el referido mito no lo tuvo en el tiempo. Simplemente «siempre estuvo allí», en lo profundo, en el trasfondo de la conciencia donde el hombre tiene sus raíces psicológicas y desde donde fue dando nacimiento a creencias y esperanzas, ceremonias y liturgias.
La búsqueda de un origen temporal a lo genuinamente ancestral, supone que todo tiene que tener una causa precedente, un origen en el Tiempo y por lo general se busca en el pensamiento racional humano. Por ejemplo cuando se habla de los dioses representantes de la naturaleza se suele explicar que, ya que el humano vio rayos en el cielo, le asignó su causa a un dios en particular; tal vez la dirección del proceso sea la inversa, es decir ya que el trasfondo psíquico o anímico (de ánima) del humano tenía en sí el arquetipo de un dios de la naturaleza, fue que pudo leer e interpretar el rayo como efecto de dicho dios o arquetipo.
Lo que es intemporal no tiene nacimiento por la simple razón de que no tiene «tiempo» y procede del plano del que surgen los arquetipos, los sueños, la poesía y los fines ontológicos de la especie.
«Había una vez…», comienzan nuestros cuentos; «once upon a time», dicen los cuentos británicos… y aquí la cosa aparece clara, porque la frase significa: “Una vez encima del tiempo…»
“Hay un plano de la realidad que está más allá del Tiempo; «encima del él. Plano que es de donde nos viene la narrativa, la poesía, la música, el arte y la Religión”.
Uno de los aspectos más importantes de este trasfondo es el símbolo, en palabras de René Guenon “El símbolo está consustanciado con el hombre y es parte de una herencia que no podemos hacer a un lado.” El escritor y pensador René Guenon no usa palabras sin un sentido claro y preciso y cuando dice consustanciado no usa la palabra al azar, se refiere a un aspecto particular del Ser, a la sustancia, al Prakitri del hinduismo, esto significa a la existencia manifestada y condicionada, es decir que está hecho carne en las células del cuerpo y en los elementos de nuestra psiquis. El hecho es que el humano rebasa los estrechos límites de su ser anecdótico, y abarca el inmenso campo de todo lo heredado y que en su presente corporal y psicológico está presente como presión y tendencia, la totalidad del pasado biológico y vivencial de la especie. Esta presión o tensión implica que nuestro porvenir no está en el Presente sino en la maduración de las latencias de cuanto pudo ser y no fue, y de cuanto fue y falló- latencias que esperan su hora en el colosal repertorio de lo muerto, lo olvidado y lo no-nacido. Los símbolos arcaicos incorporan los contenidos de ese abismo de lo ignoto, ese repositorio de Olvido que es fin y principio de todo.
Así, es parte importante de los procesos iniciáticos (no importa cuál sea o si es de oriente u occidente) facilitar el aflorar de estas latencias, convirtiéndose en instrumentos del parteo del mundo. Porque lo Nuevo, el Progreso, surge del fondo de aquel abismo cuyas presiones son las que realmente impulsan los acontecimientos al sembrarse en las voluntades y al dar a conocer los signos de los tiempos.
Así como en el caso del símbolo, “el Misterio” (del latin Mysterium que a su vez viene del griego Mysterion, cuya raíz es Mistis, que significa literalmente iniciado), es aquella esencia por siempre oculta e incognoscible, que es la causa sin causa del fenómeno de conciencia que llamamos Mundo. En palabras de Jung, este “Antiguo” (con A mayúscula) es esa colosal acumulación de energía anímica que obra como trasfondo germinal de “todo esto”. La gente lo llama Dios o Demonio; la filosofía lo llama “trascendencia” o “inmanencia”; Jung nombra esto “lo Inconsciente”; Cabe aclarar que con esto no nos estamos declarando agnósticos, ya que es cognoscible como Oscuridad; o cómo símbolo y efecto”.
Jung abre su autobiografía con estas palabras: “La historia de mi vida es la de la autorrealización de lo inconsciente. Todo cuanto está en lo inconsciente quiere hacerse acontecimiento”. La historia de la humanidad sigue la misma pauta, así los hechos de nuestra vida como los de la Historia, son símbolos (es decir proyecciones “aquí” de lo que está “allí”. Obviamente, por “hechos” deben entenderse no solamente los materiales, sino también los mentales.
Todo esto nos conduce a la siguiente proposición: la Iniciación plantea un “viaje de las tinieblas a la Luz”. Esto es cierto pero lo que marcha hacia la Luz no somos nosotros como sujetos (o individuos en el mejor de los casos), sino lo inédito en nosotros, lo que participa de este trasfondo de la especie, lo aún desconocido y por lo tanto oscuro. Son nuestras latencias lo que va hacia la Luz, el maestro en nosotros, lo que se encamina a ser parido. Es lo que resume la frase “Lux ex Tenebris”.
Para esto nos valemos esencialmente de los símbolos, en palabras de René Guenon “formas sensibles que están en uso para la transmisión de la iniciación exterior y simbólica que sirven como soporte y vehículo de la influencia espiritual”. Así su valor propio es el de enseñanza haciendo en cierto modo “vivir” al iniciado lo que intenta comunicársele. Cabe recordar respecto a esto que el rito es un símbolo actuado, un símbolo en movimiento, podría decirse, es un símbolo que, por su naturaleza particular, es susceptible de penetrar más inmediatamente que cualquier otro al interior mismo de la individualidad humana. Y citamos de vuelta a Guenon: “En el fondo, si todo proceso de iniciación presenta en sus diferentes fases una correspondencia, ya sea con la vida humana individual, ya sea inclusive con el conjunto de la vida terrestre, es porque el desarrollo de la manifestación vital misma, particular o general, «microcósmica» o «macrocósmica», se efectúa según un plan análogo al que el iniciado debe realizar en sí mismo, para realizarse en la completa expansión de todas las potencias de su ser”.
Así, teniendo en cuenta todo lo dicho, son siempre y por todas partes planes que corresponden a una misma concepción sintética, son principalmente idénticos y aunque todos diferentes e indefinidamente variados en su realización, proceden de un “arquetipo” único, plan universal trazado por la Voluntad Suprema, que el hinduismo tiene denomina Vishwakarma, literalmente el Arquitecto de lo manifestado.
Volviendo al tema, todo ser tiende, conscientemente o no, a realizar en sí mismo por los medios apropiados a su naturaleza particular, los contenidos de este trasfondo oscuro. Es en el punto preciso en que un ser toma consciencia realmente de esta finalidad cuando comienza para él el proceso de iniciación, que debe conducirle por grados, y según su vía personal, a esta realización integral que se cumple, no en el desarrollo aislado de algunas facultades especiales, sino en el desarrollo completo, armónico y jerárquico de todas las posibilidades implícitas en la esencia de este ser.
Para terminar me parece necesario remarcar que, dado que el fin es necesariamente el mismo para todo lo que tiene el mismo principio, es en los medios empleados para llegar a él donde reside exclusivamente lo que es propio a cada ser. Todos vamos a la cima de la montaña sagrada pero todos escalamos por vías distintas y a distinto ritmo, solos pero en gremio.